Como consecuencia de la represión de mis impulsos naturales supe encontrarme en un lugar oscuro, de ese que no cualquiera tiene el valor de salir.
Sentí una fuerte presión en el alma, estaba soltando la pesada carga de la libertad. Limité mi horizonte, intentando conocerme más, encontré dentro de mí algo que nunca imaginé, donde creí ver a una mujer había una niña, que intentaba crecer. Una nena de diez años, que necesitaba contención, que pedía a gritos un poco de comprensión, que la abracen, sin preguntar por qué.
Viajé, aún más, y logré, por fin, comprender por qué Satán se obstinó conmigo, emancipé ese sentimiento tan ajeno a mí, el odio.
¿Por qué ansiar esa despedida? ¿Por qué siquiera pensé en darme por vencida?
En tiempo presente descubrí algo relevante: Mientrás hacés el amor con la noche, yo cuento en un par de líneas cómo fue que aquel verano supiste robarme la calma. Ahora, que tu vida sigue, como si no existiera un pasado, entendí que mi destino, no va a ser nunca estar a tu lado.
Sería espléndido que todos hagamos introspección, que meditemos el por qué de cada acción. Mi intuición me guío por el camino que me da la paz que ansío, obtuve el sosiego que tanto necesito.
Sé que el amor me va a rescatar, no dudo que al mundo, también. El amor cura, y nos va a seguir salvando.
Dicen que la escritura ha de ser el lenguaje del alma, que las manos, un lápiz y un papel denotan lo que sentimos profundamente, sin restricción. Son miles de sentimientos encontrados en un par de letras unidas al azar, ahí está lo más puro de cada uno, lo que no se puede reprimir.
Es como si las palabras supieran juntarse, como si una persona dentro nuestro nos dicta qué escribir y nosotros, simplemente, nos dejamos ser.
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